Las ovejas y la City
La política industrial crea prosperidad en Europa desde mucho antes de la Revolución Industrial
De las 111 corporaciones gremiales históricas aún reconocidas
por la City de Londres, la primera por antigüedad es la “Worshipful
Company of Mercers”, el gremio de los antiguos comerciantes de lana cruda,
la cual vendían aun sin teñir ni tejer. Pero la tercera es la “Worshipful
Company of Drapers”, la sociedad de los fabricantes de paño de lana tejida.
Y es algo muy significativo.
En la Península Ibérica, el “Honrado Concejo de la Mesta”
castellana fue un homólogo y digno rival de la corporación de los “mercers”
ingleses en la venta de lana. Sin embargo, no llegó a aparecer un gremio
manufacturero de paños comparable a los “drapers” londinenses. Y eso es
igual de significativo.
No es una exageración decir que la lana es la materia prima
sobre la que la Europa septentrional del medievo construyó sus ciudades y
recuperó cotas de urbanidad no vistas desde la caída del Imperio Romano. Se
trata de la primera proto-industria manufacturera en alcanzar niveles de
prosperidad auténticamente transformadores, con una cadena de valor enteramente
radicada en nuestro continente.
Si la industria de la lana llegó a tales cotas de valor fue
gracias a la existencia de cuatro elementos plenamente reconocibles en
cualquier mercado de productos industriales actual: una amplia demanda, en ese
caso, de vestimenta para la emergente burguesía urbana; una materia prima
abundante, procedente de las cañadas de Inglaterra y Castilla; un despliegue de
tecnología aplicada, como los telares y tintes radicados en Gante, Ypres,
Brujas o Florencia, capaz de transformar dicha materia prima en productos de
consumo de alto valor; y una predictibilidad financiera a medio plazo que
permitía invertir en ella un capital, prestado por los emergentes bancos
familiares de Flandes y la Toscana, que crecieron a sus lomos.
Los productores de lana ingleses establecieron su primacía
exportando a Flandes, donde su materia prima se transformaba en paños. Ahí
están como testigo los espléndidos edificios de las “lonjas de paños” de Ypres,
Gante o Brujas – auténtico patrimonio industrial. Las gigafactorías de la
actualidad, tan a menudo definidas como las catedrales de nuestro tiempo, son
en realidad las descendientes de las lonjas de paños medievales.
Tan importante era este comercio, que el control inglés del
Canal de la Mancha se convirtió en un objetivo geoestratégico en el marco de la
Guerra de los Cien Años que enfrentó a Inglaterra con Francia. Asimismo, el
speaker de la Cámara de los Lores de Reino Unido sigue sentándose en el “woolsack”,
un gran saco de lana, desde que así lo ordenara Eduardo III en 1340, como
recordatorio de la importancia de su comercio para el país.
Pero la majestuosidad de las lonjas flamencas, levantadas con
las plusvalías del procesado de la lana inglesa, no pasó desapercibida mucho
tiempo. Inglaterra pronto decidió invertir en una industria propia para
procesar su materia prima, y así capturar esos beneficios. Con un esfuerzo prolongado
pero constante, el país desarrolló y expandió su propia capacidad manufacturera
de paños, mediante la importación de conocimiento y talento, así como con subsidios,
aranceles y otras medidas plenamente actuales. Lo hizo a través de una estrecha
coordinación entre el Estado, incluyendo la Corona y el gobierno municipal de
la City, y los entes productivos, agrupados en la propia corporación
gremial. Hoy, lo llamaríamos un proyecto transformador de colaboración
público-privada, orientado a incrementar la autonomía estratégica del país. En
resumen, auténtica política industrial antes de la Revolución Industrial.
Así, en 1430, los registros de la City nos dicen que,
por primera vez, las exportaciones de paño inglés superaron en valor a las de
lana cruda. Pero en las prósperas ciudades de Flandes, la escasez de lana
inglesa, así como la feroz competencia de su paño en el mercado internacional,
causaron una crisis de desabastecimiento importante. Sin embargo, ello creó una
ventana de oportunidad para la Mesta castellana de hacerse con el práctico
monopolio de la venta de materia prima a los talleres flamencos. Lo hizo
mediante su gran activo estratégico: la oveja merina, un animal resiliente, de
fina lana y gran productividad, óptimo para las despobladas llanuras de la Meseta
después de la conquista cristiana. Ello desencadenó lo que hoy llamaríamos una
reconfiguración de las cadenas de suministro globales.
Pero ello no fue la antesala de una “Revolución
Preindustrial” en la Península Ibérica, como sí había ocurrido en Inglaterra. Si
bien la Mesta era la homóloga de los “mercers” ingleses, la City
de Londres y la lonja de Ypres no tuvieron rival en Burgos o en Toledo. A pesar
de algunas tentativas a lo largo del medievo, los reinos peninsulares siguieron
dependiendo de la industria flamenca e italiana para transformar su materia
prima en un producto de consumo. Las élites locales sucumbieron a su aversión
al riesgo, a una falta de comprensión de la cadena de valor de su mercado y,
sobre todo, a la tentación del cortoplacismo para proteger su posición que, en
su miopía, consideraron suficientemente lucrativa. Hoy, lo llamaríamos “middle-income
trap”, la trampa de la renta media. Estancamiento estratégico de un país.
A pesar de sus detractores, la política industrial lleva
siendo llave de prosperidad en Europa desde hace, como mínimo, 700 años, mucho
antes de la Primera Revolución Industrial. También podríamos hablar del Arsenal
de Venecia o de las “Manufactures Royales” de Colbert. Pero hoy
hablaremos de Lorca. Para su tragedia rural “Yerma”, escribió: “No te pongas un
velo de luto, sino dulce camisa de Holanda”.
En los versos del genio granadino, “Holanda” no se refiere al
origen de la materia prima textil, ya fuese lino egipcio o lana merina
castellana, porque la característica definitoria de esa camisa, a ojos de
cualquiera, no era su fibra, sino su tejido, producido con una técnica tan
reconociblemente neerlandesa. La manufactura del paño se convirtió en sinónimo
de valor hasta tal punto que el origen de su tecnología quedó incrustado en
nuestra lengua para los siglos.
Sí, la lana fue merina castellana, pero el conocimiento
aplicado en forma de tecnología industrial y, por lo tanto, el valor añadido y
la prosperidad, se quedaron durante siglos en los Países Bajos.
Sirva de recordatorio para escépticos e indecisos. Lorca
hablaba de tecnología. Lorca hablaba de política industrial.
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