Un escudo común frente a desafíos comunes
"La UE sólo será capaz de proteger la libertad y el bienestar de sus ciudadanos ante retos globales mediante la creación de un escudo común frente a desafíos externos comunes. La división y la fragmentación no conseguirán más que hacer más débil incluso al más fuerte de entre nosotros."
Con la pandemia de la COVID-19 aun llevándose a los más vulnerables de entre
nosotros, la incredulidad, la angustia y el dolor que nos han invadido en los
últimos meses empiezan a dejar paso, en la mente de la mayoría, a la
constatación de nuestra fragilidad social e individual. Una fragilidad que, aun
estando expuestos a riesgos y desafíos de esta magnitud, muchos casi habíamos
olvidado, inmersos en la inmediatez de nuestras rutinas diarias.
Queda
claro, a día de hoy, que no fuimos capaces de emplear nuestra Unión en todo su potencial,
desde un primer momento, para luchar contra la más grave amenaza que sobre ella
se haya cernido desde su fundación. Aún con importantes pero contadas
excepciones, la realidad es que la Unión Europea no estaba equipada para
enfrentarse a un reto sanitario tan mayúsculo. Y esa percepción de inacción,
junto con el intensísimo debate para pactar un mecanismo de recuperación
económica digno de su nombre, están tensando enormemente algunos de los axiomas
sobre los cuales se ha asentado a construcción europea en las últimas décadas.
Lo
cierto, sin embargo, es que en un mundo cada vez más multipolar y conectado, los
desafíos globales a los que nos tendremos que enfrentar como europeos, en nuestro
conjunto, serán cada vez más inesperadas, de naturaleza más impredecible y de
llegada más repentina. No nos podemos permitir volver añadir la falta de
preparación a esa ecuación.
Si
de verdad buscamos extraer lecciones de esta experiencia traumática, debemos comprender
que sólo seremos capaces de proteger nuestra libertad y nuestro bienestar mediante
la creación de un escudo común frente a desafíos comunes. Desafíos que nos
conciernen a todos, que son compartidos y que no discriminarán por fronteras.
Sin
duda, esos desafíos nos afectarán de forma desigual, con impactos asimétricos.
Pero eso no debería distraernos, como por desgracia ha ocurrido en los últimos
meses, del hecho de que ninguno de nuestros estados tiene la masa crítica para
sobreponerse en solitario, de forma creíble, a una catástrofe global, ya sea de
naturaleza económica, sanitaria, climática o de seguridad. Abogar por cualquier
otra estrategia es abogar por la debilidad en diferentes grados. La división y
la fragmentación sólo conseguirán hacer más débil incluso al más fuerte de
entre nosotros.
Reflexionemos,
pues, acerca de lo que nos une como europeos – no sólo los siglos de convivencia,
repletos de intercambios culturales y violentos a partes iguales, sino nuestro
compromiso compartido con la democracia y la justicia social como bases para la
prosperidad.
En
el fragor de nuestras diferencias internas, puede que hayamos pasado por alto
que ese trinomio es puesto en duda cada vez con más frecuencia fuera de
nuestras fronteras – pero también, desafortunadamente, dentro de ellas. No
podemos dimitir de la responsabilidad de defender esa causa, o limitarnos a
delegarla en otros actores internacionales. Del mismo modo, tampoco deberíamos
conformarnos tan sólo con alcanzar acuerdos de principios, ya que los desafíos
a los que deberemos enfrentarnos, como estamos aprendiendo de forma tan dura y
dolorosa, requerirán mecanismos muy concretos y tangibles, preparados para
actuar antes de que sea demasiado tarde.
Debemos
reconocer que nos encontramos ante una disyuntiva: proteger nuestro principio
humanista fundamental con unos medios comunes a la altura de tan importante
cometido, o, por el contrario, aceptar su progresiva decadencia e irrelevancia.
Seamos inequívocos con quienes entienden nuestra Unión como un mero instrumento
para el comercio: sin un escudo común, seremos incapaces de proteger y
preservar nuestro mercado común.
Si
no es la ambición positiva lo que nos empuje a encontrar la voluntad y los
medios para construir nuestro hogar común, que sea el conocimiento de la
alternativa. En ocasión de nuestra conmemoración del 70 aniversario de la
Declaración Schuman, hagamos de ese escudo común la meta de nuestros próximos
“logros concretos”. No sería osado decir que seremos merecedores sólo de
aquello que seamos capaces de construir juntos. Demostrémonos, hoy, que somos
merecedores de un futuro seguro, libre, justo y próspero.
[Este artículo fue publicado el 22 de mayo de 2020 en "El Europeista", la publicación digital de los Jóvenes Federalistas Europeos]
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